Flash fiction 4 – Micro-relatos
Esta semana estoy blogueando mis cuentos escritos para una clase de escritura creativa. Cada uno tiene su fin para la clase. Éste, el cuarto, tenía que llevar el formato de un diario. En un diario las personas tienen un espacio íntimo para si mismos… pero como manejan la tarea siempre estará distinto.
El diario nuevo
Jueves, 25 de marzo.
El Día Uno de mi diario. Aquí estoy, en el dentista. ¡La posteridad me espera!
Viernes, 26 de marzo.
Carmela me hizo prometer intentarlo con el diario. Es una buena chica. Pero ¿para qué quiere un diario un viejo de 73 años? Ya no hago cosas interesantes, la hora de recordar mis aventuras ya pasó. Ya pasó todo.
Sábado, 27 de marzo.
Carmela casi no tiene tiempo para su decrépito padre, pero la entiendo. Recuerdo tener hijos pequeños. Claro, Estela hacía toda la labor, ella los crió; yo no, pero también estuve allí y recuerdo cómo era.
Aun así, me duele que Carmela me regale este cuaderno para que escriba mis pensamientos, mis recuerdos. Para que algún día, después de mi muerte, pueda leer lo que estoy pensando, leer lo que recuerdo. Si me preguntasen, les contaría todo. Pero no tienen tiempo para eso.
Domingo, 28 de marzo.
Los hijos siguen hablando de “Escribir mis memorias.” Pura vanidad eso. Nunca he buscado renombre, qué va. ¿Por qué elegiría una profesión como la mía si hubiese querido ser famoso?
Además, una buena biografía tiene un hilo conductor, una temática que guía la historia y que le da al lector un motivo por seguir leyendo. El liderazgo, la justicia, la nobleza de algún que otro rasgo, como la humildad o la piedad. Pero ¿si tu hilo conductor no se puede revelar?
Es que no veo cómo empezar una historia de mi vida, y mi vida de hoy no vale escribirla. Mi tiempo se divide entre visitas a doctores, andares en el barrio, cervezas con otros viejos, y eventos en esa biblioteca patética con las luces parpadeando. Los días me pasan volando, como si los minutos del día pasaran en cosas sin importancia, en naderías. Como si ya hubiese terminado mi vida y estoy en un limbo para… ¿para qué? ¿Para describir como se me ha desvanecido todo?
Miércoles, 31 de marzo.
Qué pedazo de soldado soy. Falté un par de días en el diario, el que ni quiero escribir, y me siento avergonzado. Jamás falté ni un solo día al trabajo, ni de soldado, ni de civil. Nunca llegué tarde a un encuentro, ni siquiera bajo fuego en Berlín, ni en Lisboa, ni en las montañas Vascas. Siempre llegué a tiempo, con la información, sin revelar mi identidad. Y, ahora, ¿no puedo con un diario?
Carmela dice que tengo depresión. ¿Quién no?
Jueves, 1 de abril.
Empiezo de nuevo. Nací en París. Mi padre trabajaba de diplomático cuando mi madre se quedó embarazada de mí. Quisieron volver a España para mi llegada, pero, como me explicaron tantas veces, llegué con siete semanas de antelación y apenas salí con vida.
Mis padres, y sus padres, y sus padres, todos han sido madrileños. Me da vergüenza haber nacido en un hospital francés. Echo la culpa de mi delgadez, mi flaccidez, y mi debilidad al hospital ese y no a mi llegada prematura.
Pero si en este diario tengo que escribir la verdad, siempre he sospechado que tenía una indolencia innata que solo se podía enmascarar, y nunca curar, escogiendo una vida de disciplina, estructura, compromiso. Se me nota ahora, que al dejarme a mi propia voluntad, no hago absolutamente nada.
Domingo, 4 de abril.
Me encontré inventando pretextos para no escribir. Empiezo a pensar que, a lo mejor, Carmela tiene razón. ¿Qué es lo que no quiero divulgar, ni a ellos ni a mi mismo? ¿Es que guardaba tantos secretos, que ya ni mi boca ni mi pluma dan para contar? Prosigo, como buen soldado, y hago posible lo imposible.
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