Flash fiction – Micro-relatos 3
Esta semana estoy publicando unos cuentos escritos para mi clase de escritura creativa. Cada uno tiene su fin para la clase. La tarea para este, el tercero, era de describir un personaje más allá de una simple descripción física, usando sus acciones para dibujarlo en más detalle.
Noche fuera de cama
Se inclinaba en la entrada, fumando, y agarrándose con el otro brazo. Se parecía a su madre, la Sra. Benson, por flaca, y por como se curvaba su espalda. Llevaba jeans cortos y deshilachados, y una camiseta de tirantes, como todas las chicas en verano en Memphis. Se reía con su tono nasal, y yo la oía sobre la música saliendo de los altavoces dentro de la casa. Grité su nombre y me vio entre la gente en el jardín. Alargó los brazos hacia mi:
—Ardilla, ven.
Su voz era cansada, como si fueran las primeras horas de la mañana, pero eran las once de la noche. Fue mi primera vez fuera de la cama a esas horas. Mi hermana me soltó de la mano y corrí hacia su mejor amiga, Anita, y me subí a sus brazos. Me puso en su cadera, para poder seguir fumando con la otra mano. Hoy en día alguien lo consideraría inapropiado, pero entonces, todos fumaban, en la casa, en el coche… en todas partes.
Mi hermana se acercó.
—¿Está aquí?
—Claro que está aquí, — contestó Anita. Se rió, otra vez con esa voz perezosa. —Todo el mundo está aquí. Me van a matar mis padres.
A través de la ventana grande de la casa, vi a un hombre abriendo el mueble de la sala de estar, donde el Sr. Benson guardaba sus bebidas. Sacó unas botellas y salió al porche con nosotras. Tenía melena rubia y patillas espesas como esponjas de cocina. Como todos los chicos, llevaba puesto los jeans cortos y raídos, y andaba sin camisa ni zapatos. Abrió una botella y la vertió en un vaso decorado con los Arcos Dorados de McDonalds que Anita tenía al lado.
—Ya no hay hielo ni refrescos, hay que tomarlo así,— dijo a mi hermana. —¿No tienes un vaso?
Sacudió la cabeza. El rubio sostenía un cigarrillo pequeño entre los labios. Lo pellizcó y se lo pasó a Anita, que tiró el suyo hacia el césped, lo que me pareció muy estúpido, ya que andábamos todos descalzos. Yo había pisado una colilla una vez sin zapatos, y fue horrible. Además, ¿porqué tirar un cigarrillo propio para compartir otro, más pequeño? Pero mi hermana no dijo nada, ni yo. Anita pasó el cigarrillo ese a mi hermana y ella me miró pausada.
—Para la niña es un cigarrillo cualquiera,— dijo Anita a mi hermana, echando mucho humo de su boca. El rubio se rió. Mi hermana fumó el cigarrillo y botó el humo hacia atrás. El rubio se fue con su cigarrillo y las botellas a los otros chicos para llenarles los vasos.
—¿Por qué le dices eso?— susurró mi hermana. —Jesús. Va a pensar que soy…
Anita sacó un peine que tenía metido en la cintura de sus vaqueros. —Relájate, nena. Te pones tan nerviosa que no puedes hablar—. Peinó su largo pelo para atrás y le pasó el vaso de McDonalds a mi hermana. Mi hermana se mordió los labios. Tomó el peine, lo pasó por la melena, ajustó los tirantes de su blusita y tiró de sus jeans cortos hacia abajo. Se le podía ver el ombligo. Empecé a burlarme de ella por que se le habían quedado pequeños, pero Anita me paró con un “Chst.”
Mi hermana nos dejó en el porche y se juntó al grupo donde el rubio llenaba vasos y pasaba su cigarrillo. La vi reír y también como el rubio la agarró por el culo.
—¿Tu quieres algo, ardilla?— me preguntaba Anita. —Vamos a comer cereales. Tengo Lucky Charms.— Y me llevó dentro sin esperar mi respuesta.
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