Flash fiction – Micro-relatos 1.
Hoy iniciaré un ciclo de cuentos escritos para mi clase de escritura creativa. Cada uno tiene su fin para la clase. Primero, uno para una tarea de escribir algo absurdo que, sin embargo, tiene su lógica.
La clase y el profe me exigen un nuevo nivel en mi escritura, aparte de que sea en español. También tengo que escribir fuera de mi zona de comodidad. Espero que les gusten.
Grande
El niño se puso de pie sobre sus juguetes y piso fuerte, una y otra vez, mirando como temblaban la gente y los animales, las casas y los edificios, los ríos y los mares, los continentes y los planetas que había creado. Sonrió, dudó, y luego movió un continente un metro hacía el oeste, salpicando con agua salada la alfombra de su cuarto.
—¿Juegas al rey del mundo, amor?—llegó la voz de su madre del otro lado de la puerta.
—Si, mamá-– contestó enfadado. Entre dientes, añadía— solo falta que me interrumpas!
—Que lo disfrutes, hijo. Voy a almorzar con mis hermanas. Regreso en un par de horas.
El niño hizo una mueca de irritación. Su madre hablaba como si el mundo que él había creado no tuviera importancia, como si fuera un simple juguete de la infancia.
—El mundo— dijo como si respondiera — no es un juguete. Es un compromiso.
Oyendo sus propias palabras, se le escapó una sonrisa. Procurando no pisar mal, salió de las instalaciones para ir a su escritorio y anotarlas en un cuaderno. Tenía unos cuantos refranes de estos, y pensaba algún día incorporarlos en el mundo que andaba creando, en forma de estatua, por ejemplo. Palabras sabias en las cuales sus habitantes podían creer. Tachó lo de juguete y lo reemplazo por capricho.
—Demasiado cursi— dijo, frunciendo el entrecejo, y lo volvió a borrar. Luego reemplazó el mundo por la vida, porque le sonaba más asequible a las masas.
Encontrar la frase adecuada le llenó de orgullo. Se sintió fuerte, grande, como sus padres o las tías. “Una estatua inspiradora sería justo,” pensó. “Luego inventaré más dichos para que sea un manifiesto completo.” Esa idea le deleitaba.
En su emoción, arrojó varios muros de nubes sobre el mundo, riéndose de lo negro que se pusieron, de las tormentas que les salieron. Le encantaba que a sus gentes se les ocurrió la idea de bolsas de arena contra una inundación.
—Qué listos se han puesto, qué creativos— murmuró.
Trabajaba, silbando de manera distraído. Construyó barcos para una población al lado del mar, y para otro tribu, puso unos caballos y soldados en marcha hacia el fuerte del enemigo. Batió algunas flechas que salieron del campo de batalla, una de las cuales dio en el corazón de un rey. Como llegó esa flecha “de la mano de Dios,” las tropas de ese rey bajaron las armas en derrota.
Al final de la batalla hizo que incendiaran el fuerte, e imitó los gritos de los de adentro. Les mandó vientos que avivaron las llamas y los soldados montados galopaban en dirección opuesta para escapar. Los habitantes del fuerte intentaron apagar el incendio.
—Mejor así— pensó —Tienen que sufrir para construir su carácter.
Luego creó una pirámide que enterró en la arena, apisonando para que se quedara bien cubierto. Con unas pinzas finas, metió también en la misma arena unos huesitos y unas piezas de barro delicadamente formadas, pero un poco rotas.
— Esto para después— susurró, riéndose entre dientes —Cuando invente a los antropólogos.
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